Ángel Olgoso

He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

miércoles, 24 de abril de 2024

Reseña de "Sideral" en la revista Zenda

Agradecido a Joaquín Fabrellas por su extraordinaria reseña de “Sideral” en la revista Zenda. Toda una invitación a seguir deleitándose con lo que Giordano Bruno llamaba “los infinitos mundos, los infinitos universos”.


<<Si la perfección absoluta es la excusa y único principio de la buena poesía, el relato corto comparte con la lírica ese mismo principio de brevedad y de enunciación perfecta que debe tener este género. O ese “clic” del que hablaba Foster Wallace para que un relato estuviese acabado, redondo, y que aportase una visión nueva sobre un aspecto de la realidad. Y ese ruido de maquinaria perfecta se escucha muchas veces en la narrativa corta de Olgoso.
    No me atrevería a decir que ‘Sideral’ sea un libro de ciencia ficción o de temática espacial, porque Olgoso (Granada, 1961) hace de la ciencia ficción un espacio propio y crea lo sideral para hablar desde su propio idiolecto, de una realidad acomodada a un punto de vista propio. A pesar de que puedan verse diferentes influencias de la ciencia ficción, recuerda en ciertos momentos a la obra maestra de Fred Hoyle, 'The Black Cloud' (1957), en donde la famosa nube negra de partículas, un glóbulo de Bok, cubre la Tierra y se propone una comunicación con ese ente abstracto que tanto ha influido en la cinematografía fantástica actual.
    Pero también transita los caminos de lo lírico en el relato «Contraviaje», donde aparece una pareja de personajes muy efectiva, Ferenc y Tibor, con reminiscencias al absurdo, a esa nada donde nada sucede pero todo florece, como en Krasnahorkai y su 'Tango satánico' (1985). Los personajes olgosianos, por su parte, en este caso son los encargados de montar y desmontar el mundo y sus luces con distintos paneles.
Lo sicalíptico, los viajes en el tiempo, la soledad del hombre, la crítica al consumo y al exceso de tecnología, todo cabe en la prosa certera y enumerativa de Olgoso. Qué placer su lectura.
    Pero, sobre todo, hay un gran trabajo por parte del autor en la maquinaria sintáctica, y sus relatos son apéndices de esa perfección lingüística, como puede leerse en «La impunidad de los sueños»:

“Las dos máquinas se miraron sin decir palabra. Alhajadas de polos salientes, chapas ranuradas y anillos rozantes, parecían respirar, medirse e incitarse a distancia […]. La máquina de corriente alterna, más apasionada, imaginó que se ceñía codiciosamente a un costado de la máquina de corriente continua, soñó sin esperanza una trabazón apendicular, un pistoneo vibrátil de dispositivos hidráulicos y neumáticos”.

    ‘Sideral’ es un viaje único, personalísimo, pues Olgoso ha sido el recopilador de sus propias historias, en un momento de su carrera en que, como él mismo reconoce, “ha dejado de escribir ficción”, o ya escribe de una manera distinta, y lo dice alguien que acumula una larga trayectoria de títulos, premios y escritura.
    Me une a él, además, una breve lista de autores que admiro, y eso acerca el foco de lectura a sus aguas literarias: Borges y nuestro querido y admirado Ferrer Lerín, del que a mí, como lector de 'Sideral', en alguna frase, quizá en algún sintagma, o tal vez en una oración al paso, me haya recordado a la aséptica prosa, a ratos leriniana, maestro de muchos, pero con pocos discípulos, pues ya sabemos que ni Borges ni Lerín dejan lugar para la imitación.
    En «Posibles enormidades latentes» yo veo un recuerdo a Lerín, y lo digo solo por defecto mío, en ningún caso de Olgoso:

“La enfermera grita mi nombre. Transfigurado por el nerviosismo, levanto la vista del Catálogo Routledge de Filosofía, lanzo lejos los restos del último cigarrillo y la sigo a grandes saltos. “Es un niño”, me predispone. […] Miro a la criatura tras el cristal. Además de la capacidad de parpadear de abajo hacia arriba, posee otras cualidades suplementarias que la delatan: cierto fenómeno luminoso en la piel y esos palpos sensores de la frente que se retuercen en el aire. Es la viva imagen de su madre.”

    Hay otro momento del libro, en «Bárbaro solo», en donde Olgoso parece componer una canción, una sinfonía jazzística, que recuerda a aquel tema, Solar, que tocara Bill Evans con su trío en el Village Vanguard, antes de que desapareciese Scott La Faro; y digo esto porque, al igual que en la pieza musical, en el relato «Bárbaro solo» los instrumentos, improvisando, parecen discurrir cada uno en su lugar, sin fundirse, cada uno en su espacio, en su atmósfera: los tres instrumentos ajenos (como en el problema de los tres cuerpos de la física), y sin embargo, teniendo en cuenta cada una de las trayectorias del otro, aunque pueda parecer caótico. En el relato, cada una de las acciones no tiene que ver con la anterior ni con la siguiente, a todo se llega por extrañas circunstancias, y sin embargo al final todo guarda una concomitancia musical, espacial, una ligazón invisible, que es en lo que consiste la buena literatura.

   “Si quería salir de la provincia de Lamar, tenía que tomar la ruta 9, línea sureste […]. Con un rugido, embriagado por átomos fundentes, dirigí las uñas hacia lo que parecía ser su cabeza[…]. Busqué a Lengua durante un buen rato, no di con él. […] Sierra aerodinámica bajo la línea blanca a noventa. […] Lengua sacó su hocico tembloroso por la ventanilla y enarcó las cejas”.

    En «Bárbaro solo» nos ofrece un viaje delirante que en ocasiones recuerda a la hilarante obra de Douglas Adams 'La guía del autoestopista galáctico' y en ocasiones recuerda a la lírica sencillez del maestro Borges en su conjuro de las palabras. «Bárbaro solo» es un relato que ofrece un viaje por una geografía ficticia pero tremendamente plausible, donde todos los actos de subordinan al azar de la acción, subyugada a los espacios creados en ese viaje iniciático que parece estar protagonizado por un alter ego de Ziggy Stardust, en un universo que se crea al nombrarse, mundos extraños, acciones vacías, espacios opuestos, como el fulcro de un sueño.
‘Sideral’ compone el segundo volumen de relatos de la futura obra completa de Olgoso. Los mundos posibles que no caben en este mundo plausible. Es el segundo de una serie de seis libros que irán apareciendo en los próximos años sobre diversas temáticas. Olgoso es un artesano del lenguaje. Pocos autores le confieren tanta importancia al léxico, al preciosismo enunciador de la palabra en sí, verdadero acicate del relato olgosiano. Esto le valió el Premio de la Crítica andaluza en su modalidad de relato por 'Las frutas de la luna' en 2014 y por 'Devoraluces' en 2022.
    En este caso, los relatos giran en torno a lo insólito, o a las situaciones extrañas donde la soledad del hombre o la sorpresa vital son la materia literaria. Son textos de pequeño formato, algunos apenas llegan a los bordes de una página, y otros, en cambio, recorren un camino mayor, como en «Bárbaro solo», uno de los más impactantes por su resolución narrativa.
    Los relatos recogidos aquí, además, proceden de diversos momentos vitales y redacciones del autor, ya que algunos llegan de su más temprana juventud, y otros, en cambio, de la primera madurez, y algunos, más recientes, cuando frisaba los sesenta, año en que decidió dejar de escribir y recopilar sus más de setecientos relatos a lo largo de su carrera literaria.
    Hay una edad en la que el escritor, a veces, se da cuenta de que es inútil seguir contando, en que se da cuenta de que, tal vez, lo haya dicho todo. Así lo afirmaba Robert Musil con esa expresión que acuñó sobre este cansancio de escribir: “el asco de relatar”. Poetas que dejan de escribir poesía, como Gabriel Ferrater; escritores que no escriben, como Ferrer Lerín, que estuvo más de treinta años sin escribir.
    No obstante, cada relato suyo es una apuesta contra el vacío, o en favor de la más pura fantasía. Sí, lo fantástico está aquí alimentado, recreado, multiplicado por los relatos circulares de Olgoso, en un momento en que la realidad más pura, o la semirrealidad semificcionada literaria mas en boga, ha sustituido a la creatividad en lo artístico. Se ha convertido a lo que no es real en algo inquietante, pues parece que todo debe estar basado en hechos reales. Surgen los relatos de Olgoso entonces para recordarnos que lo fantástico, lo irreal (que no lo irracional), forma parte del negativo sensible de una toma que muchos están olvidando en lo literario, acercándose a la simple recreación tediosa de la realidad.
    Todo el volumen compone una serie de aciertos narrativos, atípicos, multiplicadores de la gracia narrativa, inmersivos en mundos paralelos, abstractos, narrativa de alta alcurnia para tiempos difíciles, donde la soledad del hombre, provocada por la máquina, triunfa. Hay quizá un resto de esperanza de lo pasado en este presente atemporal de Olgoso. No se lo pierdan. Ustedes también están dentro de sus escritos>>.

viernes, 12 de abril de 2024

Relato en la antología "Mueve la voz Amor de mi gemido"

Un placer comparecer en la deliciosa antología “Mueve la voz Amor de mi gemido”, encuadrada en el proyecto ‘Encuentro Letras Celestes’ y con edición de Pedro Luis Ibáñez Lérida y Diego Castillo Barco. Es esta una aproximación intemporal al universo del amor -desde sendas poéticas y narrativas- por parte de autores clásicos y del siglo XXI, en la que he tenido el gusto de colaborar con mi relato “La muerte desordena”.





LA MUERTE DESORDENA

De niños, estudiábamos juntos, comíamos nueces y nos reíamos con ganas. Clara era pequeña, asustadiza. Yo la llamaba Ardilla. En verano íbamos a nadar a la poza. O nos tendíamos en la hierba y mirábamos hacia lo alto picoteado de pájaros. Clara tenía el pelo corto y los calcetines bien tirantes. Yo, un bozo castaño sobre el labio. Clara olía a lápices de colores. Yo iba por ahí haciendo garabatos con su nombre. Lo trazaba con la puntera en la tierra de la plaza. Lo grababa a navajita en los troncos de la alameda. Lo dibujaba en el aire con un ascua del brasero sujeta entre dos palitos. Clara dijo que nos casaríamos. Yo dije que sí con la cabeza. Después de nuestro pacto secreto llovió afuera. Se levantó viento y saltaron chispas en los cables de la cuesta. Esas mismas centellas, blancas de pura maravilla, me calentaron por dentro durante años. Hice la mili. Sólo aplastaba chinches, fregaba platos, miraba los ollares de los caballos echar vaho como chimeneas. Volví al lado de Ardilla. Trabajé en un taller. Luego en la Planta Azucarera. Un día sentí mucho frío, como si me hubieran enterrado de golpe la cara en la nieve. O chapuzado en la poza en invierno. O caído en el tanque de carbonatación de la fábrica. Pareció una chuscada de Amador, mi hermano grande. Si pienso en él, lo único que recuerdo es un abejorreo de risas y coscorrones alrededor mío. Desde el día del frío, el mundo no sabe más a Clara. Tampoco tuve tiempo de hacer la maleta. Ni de devolverle la llave del que sería nuestro piso. Algo me arrojó al otro lado. A un lugar sin polvo en el que nada sucede. Sólo me llegan ecos. Sé que vinieron los vecinos. Que se inclinaron sobre mis padres, achatados en el borde de las sillas de anea del comedor. Y estaban las lágrimas. Gordas como espejos de mano quebrándose sobre el terrazo. Desde el día del frío no he vuelto a ver a Clara. Pero sé que un dolor quiere subirse a ella como quien intenta tomar un tranvía. Un dolor redondo como una nuez y afilado como un lapicero de colores. Ardilla no lo deja entrar. Sé que para Clara aún ocupo el mismo espacio de costumbre. Cree que nadamos juntos, que nos reímos con ganas, que nos tumbamos en la hierba boca arriba. Cree que todavía se sube los calcetines blancos y que yo ando por ahí escribiendo su nombre. Me reclama para partir nueces y besarme tras las tapias del cementerio. Dice que nada nos separará. Que está unida a mí, para siempre, como al hormigueo de una extremidad fantasma.

lunes, 25 de marzo de 2024

"Perspectiva", comentado por Raúl Brasca

Un lujo que el maestro Raúl Brasca, narrador, antólogo y crítico (Buenos Aires, 1948), recoja mi microrrelato “Perspectiva” en su sección Silencio, con su correspondiente y sabio comentario.





PERSPECTIVA

En la habitación del hospital el padre contempla, por primera vez y con infinita dulzura, a su hijo recién nacido. Es hermoso, de una inocencia irradiadora, rozagante. El padre nota cómo una corriente de júbilo asciende desde algún lugar de su interior y amenaza con desbordarse y reventar cada grieta hasta que levanta un poco los ojos y ve, bajo el techo, levitando pacientemente, con esos acerados destellos de sus filos, cientos de espadas de Damocles que cuelgan justo sobre el cuerpecito de su hijo. Vuelve la cabeza hacia su mujer y sabe al instante que ella lo sabe, pero ninguno dice nada.


Comentario de Raúl Brasca:

“La micro no sería interesante si se la leyera literalmente. Es el lector quien debe interpretar y producir sentido. Estoy seguro de que quien ha sido padre siente el sobresalto luego de leer la última línea y dar significado a las espadas. Frente al milagro de un hijo se advierte en seguida la infinidad de peligros que le sobrevendrán. Vivir es un riesgo permanente y el instinto paternal impone el cuidado minucioso de la nueva vida. Quizá por eso muchos sentimos que tener un hijo nos cambia la vida para siempre. La mirada silenciosa entre padre y madre la interpreto como un pacto tácito, un compromiso compartido. Y me conmueve. Sí, claro, es mi lectura, puede haber otras. Los invito a compartirlas”.

viernes, 22 de marzo de 2024

 Comparto esta entrevista en Todoliteratura.es acerca de "Sideral":



-¿Qué es “Sideral”?

Además de ser, tras “Bestiario”, el segundo volumen temático de mis relatos completos (que tengo la fortuna de que esté publicando la editorial Eolas en su imprescindible colección Las Puertas de lo Posible), “Sideral” es también la destilación de todos mis relatos escritos con tonos de ciencia ficción, de distopía o con alguna vibración técnica, y de otros donde la realidad se presenta alterada por lo extraño como un campo magnético. Aquí reúno narraciones espigadas de entre las 700 escritas en los últimos cuarenta años, que incluyen -entre otros muchos temas- el desmantelamiento del atrezo del universo, una nueva versión de la Creación, un ‘zoom’ a las profundidades del espacio, un apagón cósmico, un prisma que contiene todas las vidas alternativas, historias de amor entre máquinas, prisiones geométricas, astronautas en busca de vida extraterrestre, metamorfosis, homúnculos artificiales, pruebas patentadas de la existencia del Más Allá, comunidades humanas subacuáticas, deslizamientos de planos temporales y espaciales, un viaje al centro de la Tierra, un dios olvidado en un remoto desván entre las estrellas, una ‘road movie’ apocalíptica, o la aparición de nuevas lunas en el cielo.

-¿De dónde surgió su interés por la ciencia ficción y qué características diferenciales tienen estos relatos con respecto a los ‘leitmotivs’ del género?

Siempre me ha embelesado la música de las esferas, la astronomía, la astronáutica (quizá porque nací con la carrera espacial, en las mismas fechas en que Gagarin se elevaba sobre el planeta) y, además, la ciencia ficción forma parte indisoluble de la literatura imaginativa que practico, esa que permite suspender la incredulidad, forzando incluso aún más los límites hasta lo vertiginoso; por tanto, era inevitable que entre los centenares de relatos hayan germinado casi espontáneamente muchos de ficción más o menos científica. Como cada uno es un yo irrepetible, un universo con su propio espacio-tiempo, resulta lógico que la mía sea una ciencia ficción muy personal, con una impronta propia, que se abre no sólo a historias de alcance especulativo sino a perspectivas poéticas, metafísicas o satíricas. Tal vez en ellas haya un intento -seguro que inconsciente- de ampliar las expectativas estrechas que suelen tener los lectores acerca del género. Aunque al organizar esta compilación me di cuenta que compartía ciertas peculiaridades del cine de ciencia ficción europeo (en especial de los países tras el telón de Acero durante la segunda mitad del siglo XX), una mirada densa y sensual, estéticamente sorprendente, centrada en la creación de atmósferas, y en la tradición del surrealismo o el absurdo pero que explora la filosofía o la religión. En cualquier caso, lo importante es que se trata de un género sin límites que puede llevar a cualquier parte y que permite estimulantes hipótesis, pero también la deriva intelectual y el detalle físico, así como una escritura hermosa. Lo importante es que cada relato puede ser un umbral que se atraviesa, una puerta por la que entras a un mundo completamente nuevo, o incluso a otra cosmología. Según Asimov, la ciencia ficción satisface las mismas necesidades que durante milenios habían cubierto los mitos y leyendas: la necesidad de historias colectivas, el anhelo de asombro y el deseo de descifrar los misterios del mundo.

-A propósito de esto, ¿sigue siendo la ciencia ficción un género menospreciado en el ‘mainstream’ literario?

Me temo que sí, a pesar de la proliferación de obras y autores muy interesantes (Chiang, MacInnes, Cixin o Doctorow) y de su galopante hibridación con otros géneros, y es una verdadera lástima, porque la ciencia ficción, además de un sismograma del presente, puede ser también una búsqueda de sentido, una tormenta de ideas, una reflexión sobre lo humano y lo no humano, sobre cuál es nuestro lugar en el universo. La ficción científica no sólo nos asombra o nos aterra, desborda los cauces de lo plausible para adentrarse en territorios donde el lenguaje no alcanza, desafía a la mente para llevarla a lugares inexplorados de la naturaleza y del espíritu, nos dice que podríamos tener un mundo muy diferente al mundo en que vivimos ahora, reivindica la libertad de imaginar otro futuro. Los creadores casi nunca han estado dispuestos a aceptar la sociedad tal y como es; de hecho, han sido siempre mecanismos de alarma: plantean preguntas y comparten inquietudes. Me gusta esa comparación de un escritor -alguien que básicamente trata de comunicarse en soledad- con una estrella lejana mandando señales débiles, intermitentes pero esperanzadas, que no se sabe si serán recibidas por alguien en algún momento o lugar.

-¿Quiénes han sido sus referentes en el género?

Más que los autores de la Edad de Oro de la ciencia ficción, la más puramente científica y humanista de Asimov o Clarke, me ha interesado en especial el halo poético y romántico de Bradbury, los simulacros paranoides y realidades alteradas de Dick, lo residual humano en Ballard o la fusión de lo ético y lo grotesco en Lem. También disfruté enormemente las visiones peligrosas de Ellison y el bastardismo salvaje de Farmer. Imagino que en “Sideral” habrá algún eco de ellos, pero creo que estos relatos míos se alinean de forma mucho más orgánica con las geometrías insólitas de Kafka y de Borges y, sobre todo, con las alegorías irónicas, existenciales y fantásticas de Buzzati. O incluso con la imaginería enciclopédica de Athanasius Kircher, que hablaba de cosas que no existían o que conocía sólo de oídas produciendo una fantasía erudita, de modo que resultaba imposible distinguir la verdad de la ficción. En definitiva, con una narrativa veteada por la extrañeza que intenta auscultar lo irreal que hay en lo real.

-Se percibe en “Sideral” un cuidado con el lenguaje que pudiera parecer inhabitual en el género.

El esmero con la prosa es consustancial a mi labor creativa. En fin, ya sea frondoso o minimalista, el lenguaje -al menos en mi caso- es siempre el personaje principal. Y, por otro lado, siempre me ha fascinado el reto de describir poéticamente la astronomía, sus cuerpos, sus movimientos, sus magnitudes. En este volumen hay numeroso ejemplos de ello, como en “Nebulosa Rho Oph”, “Contraviaje”, “Si mi cabeza cae”, “Dibujé un pez de polvo”, “Materia oscura” o “Lucernario”. Soy de los que piensan que una reconstrucción verbal del universo tiene la misma entidad, la misma consistencia que el propio universo, que el protón, el electrón o el axión están hechos de la misma materia que la lengua. Creo que la poesía permite acercarse al sentido de las cosas y a su pasmosa fugacidad, permite nombrar el asombro. Además de poética, la visión del presente y del futuro que comparece en estos relatos es también cáustica, a la vez sombría y colorista, sensorial e inquietante. Una combinación de lo horrible y lo maravilloso, como ocurre en todas las esferas de la existencia.

-En los relatos de “Sideral” no hay sobrepeso científico o tecnológico, parece una ciencia ficción más difusa que abordara de forma indirecta los misterios del universo.

Es cierto, apenas si he escrito relatos en que la ciencia sea realista, tal vez porque estudié Filosofía y Letras. Y lógicamente están todos incardinados al resto de mi obra, con sus propias singularidades. Me gusta la teoría de Keats sobre la capacidad del artista de acceder a la verdad y a la belleza sin ajustarse a un marco de pensamiento lógico o científico. Si tenemos en cuenta que el espíritu y la materia no son más que posibilidades (de hecho, la materia que conocemos se reduce al 4%, el resto es energía y materia oscuras); que, como afirmaba Buñuel, el hombre no es libre pero su imaginación sí; que quizá la literatura fantástica sea más realista que la literatura realista, que sólo refleja la cáscara, una realidad parcial, pues esta no se compone únicamente de las cosas que se perciben por los sentidos, es lógico que nuestro cerebro sienta un pellizco cuando fantasea con dimensiones que la razón no logra concebir. Por ejemplo, como seres convencionales que somos creo saludable pensar que el universo en que pasamos nuestra vida no es el único que existe. Curiosamente, a Auden no le interesaban los demás planetas y le gustaba donde están, en el cielo, y a Borges le provocaba hilaridad el misterio de los planetas y del sol como miserables y diminutas aldeas en el vacío del espacio. Uno prefiere sin embargo la perspectiva de Oscar Wilde: “Todos estamos en la cloaca, pero algunos miramos hacia las estrellas”.

-¿Es la ciencia ficción una herramienta ideal para alertar de los peligros del progreso, de sobrepasar los límites del desarrollo tecnológico?

Por supuesto, y del peligro de hacerlo con secretismo. Se diría que flota la sensación de que realizar todo lo que permite la ciencia puede conducirnos al abismo. El ser humano ya ha pagado un alto precio por algunas utopías y comienza a pagarlo por algunas distopías, tras las que está el simple negocio (como esa compañía que controla el suministro eléctrico en todo el orbe, en mi relato “Materia oscura”). Apenas llevamos aquí 200 000 años y nos comportamos con una arrogancia suicida. Estremece la capacidad autodestructiva de una humanidad bien surtida en lo material y desasistida en su vacío moral. En este mundo degradado, marcado por amenazas crecientes, crisis ecosociales, declive energético, por la tecnología como un campo de disputa que puede conducir tanto a la alienación como a la emancipación, en este espejo roto en mil pedazos ya no nos sirven ni Verne, ni Orwell, ni Huxley. Ballard, en cambio, nunca se tragó la promesa de la tecnología como un avance, sino como una limitación de la libertad y un posible agente de destrucción. Sin negar avances impresionantes y hasta emocionantes en el campo científico, los cambios son tan vertiginosos que no podemos asimilarlos. Ya han traspasado nuestros umbrales tecnologías profundamente disruptivas como la robótica, la realidad virtual o la A.I. (hidra de múltiples cabezas). Mientras tanto, somos carne de algoritmo y de metaverso, y seguimos inmersos en un crecimiento desenfrenado y con graves problemas medioambientales que nos están convirtiendo en lo que Sánchez Ron llama “asesinos del futuro”.

-La imaginación, en la ciencia ficción, ¿conviene embridarla o desbocarla? ¿Cómo le gustaría que acogiera el lector los relatos de “Sideral”?

A ver, depende de las exigencias de cada texto, a las que hay que plegarse según la premisa argumental, el arco narrativo, la atmósfera o el tono. Desde luego, la imaginación va mucho más deprisa que el cálculo, más que la luz irradiada desde las gigantescas antorchas de las estrellas. La definición de ciencia ficción es, en realidad, el arte de lo posible, de las ideas que no existen pero que lo pueden cambiar todo. Una tentativa de comprender la complejidad del universo, de proyectar las inquietudes de la condición humana dislocando el orden natural. En nuestra vida cotidiana, la irrealidad puede ser un consuelo que se alcanza mediante los sueños o la literatura fantástica. Y la imaginación, que es insumisa y liberadora, inaugura nuevos horizontes. En cuanto a la segunda cuestión, ojalá algunas de estas historias parezcan sacadas literalmente de otro planeta, flotar entre la realidad y el ensueño, entre el microcosmos y el macrocosmos. Ojalá renueven la capacidad de asombro del lector. Y no estaría mal que sirvieran, de paso, para enmendarle un poco la plana a la sugestiva frase de Éluard: Hay otros mundos, pero no están sólo en este.

Reseña de "Sideral" por Santos Domínguez Ramos

Reseña de Sideral en el blog En un bosque extranjero, por Santos Domínguez Ramos:




SIDERAL, DE ÁNGEL OLGOSO

“Ahora, a punto de concluir el extenuante puzle, Labiel demora la colocación de la última pieza. Durante años ha cifrado únicamente su existencia en componer, con la precisión de un relojero, su gran proyecto, ese puzle descomunal que ocupa por entero la superficie de la vivienda vacía. Quizá -piensa- el acoplamiento de la última pieza signifique algo horrible para el mundo, un sacrilegio, una claudicación, una amenazadora transfiguración, una catástrofe. Labiel sostiene cansinamente en el aire la troqueleda pieza. Al fin se decide y, sin reprimir un estremecimiento, completa la imagen como quien dibuja un destino, levanta un castillo de naipes o procede a la última de los inmolaciones. Nada sucede, pero ¿qué ocurrirá cuando Labiel deshaga el puzzle?”

Ese Hojaldre de universos es uno de los cincuenta y un textos que forman parte de Sideral, el libro que reúne los relatos de ciencia ficción de Ángel Olgoso.

Publicado por Eolas Ediciones, es, tras Bestiario, el segundo volumen de un proyecto que recopilará en seis tomos los relatos completos de quien es un referente imprescindible del género en las últimas décadas en España.

Lo abre un prólogo en el que Juan Jacinto Muñoz-Rengel destaca la imaginación creadora como motor de la narrativa de Olgoso y la vincula a la escritura borgeana: “Porque, a la manera de Borges, hay autores de ideas. Autores que basan toda su escritura en una intuición, en un destello, en un instante -a veces mínimo- de gracia o de vértigo, en una revelación, en un pasmo. Es en el sustrato de esos instantes donde arraiga y crece la prosa de Ángel Olgoso.”

Con una enorme potencia imaginativa para darnos una perspectiva inédita del mundo a partir de su sostenida voluntad visionaria, estos relatos son una magnífica incursión en lo fantástico y una exploración iluminadora de otros mundos.

Entre la fascinación y el horror, la imaginación planetaria e interestelar de Olgoso se proyecta en el tiempo y el espacio para invitar al lector a viajar por las nebulosas y los agujeros negros, a observar de cerca las colisiones de galaxias y el desmontaje de las piezas del universo, a contemplar las Pléyades como piezas de caza y a sobrecogerse con un cielo de tres lunas.

Y entre la narrativa y la poesía, ese lector abducido por la cuidada palabra de este narrador excepcional asistirá a la irrupción de un pez de polvo y a la elaboración de un calendario quimérico, verá inolvidablemente la materia oscura y las montañas flotantes de Plutón, oirá la conversación de las máquinas rebeldes que sueñan e imaginan, evocará la creación de la vida y la geometría armónica de la muerte. Y conocerá el magnífico relato de la historia del rey y el cosmógrafo:

“Refiere Von Uexkull, en su Nouveaux voyages où personne n’a jamais pénétré, que cierto día el rey ordenó al mejor cosmógrafo del país la construcción de un globo terráqueo que superara a cualquier otro en grandiosidad y precisión. El cosmógrafo, un fraile menor, de nombre Jacob Haim o Behaim, accedió a los deseos reales aunque, por su disposición natural a la austeridad, rechazó las prebendas que se le otorgaban y se encerró a trabajar durante meses en su gabinete. El tiempo empleado en la elaboración del globo terráqueo fue motivo de controversia; su secretismo, de desmedidas figuraciones. Cuando llegó la mañana en que habría de descubrirse la obra maestra en el centro del salón del trono, bajo el óculo de tres metros de diámetro del techo, rodeaban al rey diputaciones de nobles y arquitectos, de obispos y algebristas. Con un calmoso movimiento del brazo, el cosmógrafo de hábito encordado retiró la tela: aquel globo terráqueo no tenía trazas de soberana perfección, no era monumental ni se hallaba montado sobre zócalos de bronce o pedestales esculpidos en mármol, no representaba la Geografía de Ptolomeo, no lo adornaban la Rosa de los Vientos, la flor de lis del norte, las banderas, los animales fabulosos, los rumbos de colores, las minúsculas notas descriptivas, no habían sido artísticamente dibujados sus husos, ni siquiera graduados para indicar las distancias, y los paralelos y meridianos tampoco se indicaban mediante flejes de oro. Era solo un pequeño globo terráqueo de madera de la altura de un hombre, puesto en pie sobre una sencilla peana de madera sin tornear, y con los contornos de tierras vagamente reconocibles como única pretensión científica. Toda la corte, perpleja en su avidez de ojos muy abiertos, afrentada por la simplicidad de tal representación del mundo, miró al rey que, confundido y ultrajado, mandó a sus capitanes detener al cosmógrafo y ajusticiar con el rigor que merecía a quien se burlaba así de los deseos reales. El fraile no profirió queja alguna. Se limitó a hacer girar suave y resignadamente la esfera y desapareció de la vista de todos, como llevado por la invisible fuerza centrípeta al interior del globo terráqueo, donde la madera no le vedó el paso. Se dijo que aquel día, hasta su declinación, obraron más extraños prodigios en la sala del trono: brisas del lejano sur soplaron sobre los tapices, se oyó al aire restallar en el gratil de unas velas, el ruido en sordina del oleaje, el trémolo metálico de un ancla; y después, con cada giro del globo, los aromas tomaron voz, y todos creyeron recibir en el salón real fragancias de las nueve partes del mundo, árboles de la pimienta, nueces de cayú, campos dilatados de espigas, incienso árabe, el olor meloso de calles entoldadas y el áspero de encuadernaciones de becerro en ciudades levíticas, piedras lavadas por las corrientes, flósculos de girasoles, marismas, parras y olivos, emanaciones telúricas de herrerías, barrunto de animales salvajes, violetas de presbiterio, hedor de miasmas. El rey y sus cortesanos imploraron el cese de las oleadas de esencias, de las infinitas figuraciones de vida que se expandían hacia ellos desde el cuerpo geométrico, alcanzándolos como una pleamar de veloces saetas, de afiladas crestas glaciales, de estrellas cayendo por el cielo hasta que, en su última vuelta, no quedó sobre la esfera terrestre más que una grata oscuridad sin dioses y la voz de un pájaro.”

O viajará a estos Pantanos celestes:

“Subí al Metro y eché una cabezadita en el asiento. Cuando desperté, ya habíamos dejado atrás el hermoso y multicolor flujo meteórico de los anillos de Saturno.”

Además del constante cuidado por la expresión que caracteriza la escritura de Ángel Olgoso, hay en estos cuentos una libertad imaginativa y una búsqueda de la extrañeza heredada de la mejor zona de la literatura fantástica. Sobre ese potencial literario de la imaginación, escribía en la presentación de Cuentos de otro mundo: “Cuando uno tiene imaginación, no puede evitar imaginar: se pirra por lo insólito, lo disparatado o lo imposible, por lo poco común, las ideas asombrosas, el extrañamiento, las epifanías siniestras, los misterios y las quimeras, las secretas perspectivas desde las que el mundo se manifiesta distinto, en definitiva por todo lo que le falta a esta vida cotidiana escandalosamente aburrida. Yo al menos no sé de cosa alguna que lo tonifique a uno tanto como hacer posible, en cualquier ámbito, lo imposible. Aunque, si se piensa con frío detenimiento, la literatura fantástica es realista de un modo inequívoco, porque reflexiona sobre el hecho enteramente fantástico de existir.”