He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

viernes, 7 de abril de 2017

Reseña de Los demonios del lugar

Alfred Kubin



En mi opinión, la que sigue (publicada en "Las lecturas de JB" del portal abandomoviez) quizá sea una de las mejores reseñas que se han escrito sobre este libro fundamental en su obra y, por extensión, acerca de Ángel Olgoso. Y lo es porque se centra sobre todo en esa vibración estética que posee la auténtica literatura. Aún recuerdo el impacto que me produjo la lectura, en una sola noche, de Los demonios del lugar, lo inquietante y con frecuencia sobrecogedor de sus historias, así como su riqueza estilística.





M. C. Escher




Los Demonios del Lugar 
por Javier Bocadulce

Decir que a Olgoso le define su prosa poderosa es menguar su elitista frondosidad. No es prosa, no es poesía, ni siquiera es una mezcla de ambas. Es algo nuevo, sin consolidar, porque es de una magnificencia tal que duele pretender su clasificación.

Se puede -se debe- leer bebiéndose casi literalmente todo su significado; pero es que su sonoridad es tan rotunda, tan plástica su laboriosidad, tan concienzuda y, a la vez, atractiva su puesta en acción, que uno puede prescindir, si lo desea, de tratar de atrapar su contenido. Es fácil emborracharse de goce literario en plan culterano con su prosa, con esta oda a la perfección, este magnífico ejercicio de estilo que mantiene absorta la atención del lector. Podríamos considerar a Olgoso, sin miedo a error, como la única persona que podría vivir del cuento, de forma honrada. Literalmente.


Es curioso que, aunque para muchos su estilo puede ser recargado, en cambio no sobrecarga. Es fluido y barroco a la vez. Es un logro casi mágico. Evidentemente, este escritor tiene un don. Hasta dónde lo puede explotar, dependerá de muchas circunstancias. Tiene en contra su ocupación como hacedor de relatos cortos. Esa brevedad se paga mal en nuestro país. Pero, en el caso que nos ocupa, es una brevedad cargada de sustancia. Subsiste en nuestro país, desde hace mucho tiempo, el prejuicio de creer que un relato corto, fuere su temática la que fuere, está abocado a desentonar en el panorama literario. Es fácil entender que muchos piensen "bah, ¿qué mérito puede tener escribir tres o cuatro folios?". Ahí radica el enorme problema. Pero es una cuestión que se muerde la cola. Si planteáramos a ese descreído que demostrase la fatuidad del relato breve construyendo uno, probablemente, aunque atesorara cierto talento para escribir, su propio desprecio por el género implicaría un proyecto sin futuro. De hecho, siempre ha habido personas que dicen mucho sin necesitar grandes parrafadas; y a quienes poco aprovecha hablar demasiado, pues no cuentan nada. Pero, también los hay que aman tanto el idioma que, aun necesitando poco espacio para engatillar una buena historia, prefieren crear un armazón de belleza que parece no tener fin, y nos dejan embelesados. De ese tipo de escritores es Olgoso.


Sus relatos son de una elocuencia casi erótica, como una trampa electrificada que va radiografiando el cadáver de nuestras limitaciones y las pone a prueba, lo redime y resucita, y le da una nueva forma, lo transforma en un coloso diseñado con palabras que retumban y se agrupan espeluznadas ante su talento avasallador, puestas en fila desesperadas ante su genio creativo, dispuestas a obedecerle en todo momento, a dejar de ser carcasas para alimentar su voracidad de significados.


Pareciera egoísmo que desee todas las palabras para él, y causaría celos que todas las palabras le buscaran para arrinconarse junto a su pluma, pero no; Olgoso nos hace partícipes, nos brinda esa brillante ocasión. Que la duda y el temblor ante tamaña grandiosidad no nos aflija. Dejémonos sumergir o atrapar o sugestionar o hipnotizar o rendir o eclosionar por ellos... Es un regalo de brillantez.


En sus relatos da voz al ser que se transforma y se siente un nuevo Kafka; nos habla del horror del hombre de las cavernas cuando siente que la evolución mueve macabramente su sangre; testifica que el absurdo mueve el mundo hasta el punto de que los vivos deben demostrar que lo están; es de apreciar el acierto increíble en la elección de la última palabra en relatos como el del zorrito acosado, abrumado en una cacería "eterna", en un apunte macabro de primer nivel; o el terror de no conocerse uno mismo ante el espejo, en una historia en la que el reflejo nos habla de lo que no deseamos conocer de nosotros mismos. Dotado, más que para el terror, para la narración contundente, en Lamedores de cielo, evoca el reconocimiento sobrenatural de la pérdida, recuperada en otra forma de vida. El terror tiene tantas formas... como el pánico a la felicidad y sus consecuencias, en Los simunes del deseo. Olgoso es capaz de mezclar lo sensible y delicado con lo horroroso sin solución de continuidad, por ejemplo, en Arponeando sueños. Pasa de un lado al otro, de la realidad a la ficción y viceversa, como si su capacidad verbal fuera un puente que concede realidad a lo inestable. Olgoso es, pues, una mala bestia de esto de la escritura; es fácil envidiar su insultante facilidad para animar lo que no contiene vida; para dar voz a una postal y a sus intrigantes personajes, que se revuelven inquietos en su paradójica quietud, planteándose su propia realidad, y aterrados ante la posible evidencia. Así es en El borde de la luz. En Naglfar se exprime una oda a lo despreciable apreciado, una parodia del terror que subyace en la manía de cualquier coleccionismo, en tanto nunca se acaba con una pasión desmesurada hecha de imposibilidad satisfactoria: una ansiedad que genera placer, y un placer que genera ansiedad, en este caso con un fondo de materia vil, deleznable y causante de desagrado.


No se trata simplemente de que Olgoso escriba bien, ni de que sus textos lleguen más o menos. Sencillamente, Olgoso parece un diccionario humano, andante, el que halla la expresión justa, aun rebuscada, y más propicia en el momento que describe; tarea que se hace ardua como lectura a la vez que anhelante, porque nos muestra nuestras posibles carencias como devoradores de libros; pero que nos entrena como un manual del perfecto lector para futuras empresas. Es la fácil combinación continuada de las palabras que, conozcamos o no, resulta fácil recordar para cada momento, si nos dispusiéramos a utilizarlas en el caso de que nos aventuráramos a emular a Olgoso... pues si decidiéramos que la perfección no existe, estos relatos nos apuntarían con su fría y mortífera piel directamente a la sien para rebatirlo.


La adjetivación, la retórica, forman un campo fecundísimo donde apenas se repiten las asignaciones. A la vez que se intuye un arduo trabajo, da la impresión de que su fluidez es tan natural que no le cuesta esfuerzo alguno deleitarnos. Lectura imprescindible para adoradores mayúsculos del idioma, que puedan echar de menos a Aldecoa y su prosa perfecta, aquél que, no me cabe duda alguna, de seguir viviendo hoy en día, alabaría tal lectura reposada y disfrutable a cada paso, con la sensación de que el autor ha ido colocando su monolito de adoración y respeto al lenguaje, honrándole con su escultura, palabra tras palabra.


Olgoso es un prosista de la corta distancia con unos ribetes poéticos tan magnéticos que merece la pena leerle más reposadamente de lo que el ansia devoradora, que inspiran sus sugerentes jugos literarios, desearía; se hace imprescindible refrenar la energía del entusiasmo para paladear la prosa magnífica que destila en sus relatos breves este autor, que resucita un género tan injustamente menospreciado y denostado, al que ubica con sus geniales aportaciones, en el lugar que le corresponde, considerando la dificultad que entraña plasmar en tan poco espacio todo un orbe de sensaciones. Ha reescrito el miedo, le ha dado un sinfín de identidades dentro de los pequeños significantes cargados como mulas con significados acurrucados, hacinados en escasas líneas. Se hace difícil creer que, tras tal profusión de vocablos por metro cuadrado, no haya uno solo que no sirva más que de espectro para meter bulto, pero es que al conocimiento se une ese desparpajo que parece confundirse con algo sencillo para él; mas tiene que haber mucho trabajo detrás, de febril pulido y abrillantado textual, cargado de consistencia. Cada frase es tan meticulosa que cabe pensar que sus textos sean para Olgoso como pequeños mundos creados por un dios amoroso, un minúsculo pero valioso regalo de reyes para adultos que siempre serán niños dispuestos a dejarse sorprender por semejantes joyas.

Victor Delhez

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