He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

domingo, 8 de abril de 2018

Los microrrelatos de Ángel Olgoso, por Roxana Herrera

Roxana Guadalupe Herrera Álvarez, profesora de Literatura hispanoamericana, Narrativa y Teoría de la literatura en la Universidad de São José do Rio Preto (São Paulo), es especialista en literatura fantástica, cuento y minicuento. 
En su trabajo de 2014 Um estudo do fantástico contemporâneo espanhol: contos e minicontos de Cristina Fernández Cubas, José María Merino y Ángel Olgoso, espiga algunos aspectos de la literatura brevísima de Ángel. Completamos la entrada con los dos textos en los que se centra, Samsara y El demonio de Bengala, más los audios de los mismos por Roberto Martínez Mancebo.


Próximamente compartiremos otro trabajo de Roxana aún mucho más exhaustivo sobre el mismo tema: El proceso de monstruificación en microrrelatos de Ángel Olgoso.

Roxana y Ángel
Foto: Laura Cabrera Fernández

LOS MICRORRELATOS 
DE ÁNGEL OLGOSO 

Roxana Guadalupe Herrera Álvarez 


En los microrrelatos de Angel Olgoso tenemos una caracterización de lo fantástico que se apoya en el rechazo a los sucesos cotidianos. Olgoso tiene como objetivo abolir las nociones de tiempo y de espacio conocidas, jugar con los límites de lo posible, reinterpretar la realidad, con lo cual se le permite al lector comprender que hay fenómenos que escapan a la comprensión racional y que por eso es necesario ceder ante la posibilidad de que las cosas no se encuadren dentro de la normalidad. La idea de fantástico de Olgoso se origina en su modo de ver el mundo, en su percepción de la realidad, en su deseo de crear mundos ficcionales alternativos en los que lo excepcional, lo inesperado, lo inquietante se impongan y suplanten las ideas convencionales acerca de la realidad. En sus microrrelatos propone desarticular las creencias basadas en la razón y en las leyes de la causalidad. El desafío a las nociones convencionales de lo real conduce al lector a enfrentarse a personajes y situaciones para las cuales no hay cabida en su mundo cotidiano despertando fascinación o malestar. 

Para Olgoso el microrrelato es una composición centrada en la noción de que la brevedad es la expresión de la esencia de lo que desea decir, pues el trabajo artesanal con la miniatura produce textos en los que no sobra ni falta nada. También comprende un proceso de estilización como forma consciente de despojar a sus narraciones de todo elemento que pueda considerarse accesorio y se limita, como escritor, a enfocar los elementos importantes en función de sus objetivos narrativos, los cuales generan narrativas de dimensiones reducidas cuyo impacto sobre el lector es inversamente proporcional a su extensión.


Para ilustrar la aplicación del modelo narrativo que expone la forma de composición del relato, presentamos dos microrrelatos de Olgoso que nos parecen reunir las características que distinguen su ficción. Se trata de los microrrelatos Samsara y El demonio de Bengala

En Samsara tenemos un narrador de primera persona que afirma en la primera línea “soy un ñu”. En seguida narra cómo lo cazan las hienas y cómo, al morir, se desliza inexplicablemente dentro del cuerpo de una india tolteca a la que van a sacrificar. Cuando se lleva a cabo el sacrificio, muere y revive como un condenado a punto de ser fusilado. Y afirma: “Una vez pasada la ilusión de la novedad, el ciclo de las reencarnaciones –arbitrarias, maliciosas, extemporáneas- se convierte en un estigma insoportable. Abismado en este perpetuo vórtice, apenas he conocido el esparcimiento." Y sigue narrando brevemente sus sucesivas encarnaciones enumerando su identidad de obrero en las Pirámides, en la Gran Muralla, en Machu Picchu y en la Basílica de San Pedro. Después de describir su estado de extenuación finaliza su narración así: “Ahora, aquí, en esta taberna turística ecuatorial, arrojo mis mudas zozobras justo sobre vuestras cabezas: soy ese cocodrilo que cuelga del techo y os mira.”



La experiencia de lectura de Samsara es un vertiginoso recorrido ininterrumpido de vidas y muertes. Samsara se refiere, según algunas doctrinas orientales como la hindú y la budista, a la rueda de la vida que gira ininterrumpida e inexorablemente. Todas las acciones crean karma, es decir, están sometidas a la ley de causa y efecto y ese es el motivo de las sucesivas reencarnaciones. En este microrrelato samsara se refiere a la cadena sucesiva de encarnaciones con un sentido aleatorio: el narrador refiere su experiencia como ñu, india tolteca, condenado a muerte, diversos obreros hasta llegar a la taberna ecuatorial donde asume la forma de un cocodrilo colgado del techo. 

Las sucesivas reencarnaciones ofrecen una experiencia extenuante y poco divertida porque la narración se concentra en el momento de la muerte como pasaje inmediato a otra encarnación. La velocidad de la narración imprime la sensación de superficialidad a esas sucesivas experiencias calificadas como arbitrarias, maliciosas, extemporáneas. El objetivo de las reencarnaciones sucesivas es, según las doctrinas orientales mencionadas, aprender por medio de la experiencia. Después de innumerables encarnaciones el ser podrá asimilar las enseñanzas que necesita para poder detener la rueda de nacimientos y alcanzar la plena realización del ser. Pero en el microrrelato de Olgoso no hay un objetivo edificante para las experiencias vertiginosas, pues todo parece fruto del azar. De animal se pasa a ser humano y nuevamente a animal sin una regla aparente. El que encarna y desencarna no demuestra haber aprendido algo trascendental capaz de hacerlo detener la rueda de encarnaciones sucesivas. 

Tampoco demuestra poseer ningún tipo de consciencia sobre sus acciones y solamente encarna en animales o en seres humanos cuyas vidas se sumergen en la desgracia. La reencarnación no conduce a la perfección, se acumulan existencias sin nexo. 



Según la perspectiva de Juan Herrero Cecilia, el cuento de Olgoso es una construcción paródica e irónica que tiene como objetivo desmontar una creencia milenaria objeto de culto de millares de personas y cuestionar la validez de esa creencia por medio del narrador que refiere una serie de encarnaciones vistas como experiencias degradantes y arbitrarias. El colmo de la ironía sucede en el momento final: la voz que narra está alojada en un cocodrilo colgado del techo de una taberna ecuatorial y derrama su mudo desaliento. El microrrelato finaliza sugiriendo que el destino final del narrador es el cuerpo muerto y disecado de un cocodrilo, no hay en el microrrelato ningún indicio de que las reencarnaciones van a continuar ni se espera que el narrador exprese algún tipo de percepción sobre sus sucesivas experiencias. Samsara, la rueda de encarnaciones con su objetivo de perfeccionar y alcanzar la realización suprema pierde su sentido. 

Reportándonos al modelo narrativo propuesto por Herrero, vemos que las complicaciones se presentan y se resuelven (evaluación) a un ritmo también vertiginoso. Cada encarnación sucesiva ofrece un cambio en el ritmo de la narración y ofrece un nuevo estado que conlleva el desequilibrio de la situación inicial que se restablece a partir de la próxima encarnación La resolución lleva al narrador-personaje a aceptar un estado de cosas sin sentido hasta llegar a al estado final en el que el cocodrilo colgado del techo derrama su desaliento sobre nuestras cabezas y parece ser el último destino posible. Las encarnaciones sucesivas y el microrrelato terminan en el cuerpo inerte del cocodrilo. 



Samsara se relaciona con el conjunto de microrrelatos que toman como tema una leyenda, de la tradición oral o inventada por Olgoso, que se apoyan en el uso de la enumeración, en este caso los elementos enumerados son los que se refieren a las distintas identidades de esa voz narrativa, de la descripción, de la ironía y de la parodia. 

En El demonio de Bengala tenemos un microrrelato compuesto a partir de frases cortas y determinativas de una realidad que se presenta al lector de modo directo. “El circo llegó a la ciudad. Era domingo.” El narrador de primera persona focaliza el sentir de una fiera, el tigre de Bengala, que acecha a su presa, un inocente niño en busca de diversión. La situación inicial establece el ambiente del circo. La complicación se establece cuando el niño inocente se aferra peligrosamente a las barras de la jaula de la fiera y el estado final viene dado por la acción de la fiera que esgrime un zarpazo hacia el niño. El lector infiere que el hambre que la fiera siente le ha hecho atacar al niño. El microrrelato, por estar apoyado en frases cortas y descripciones, tanto del espacio como de los personajes y las sensaciones de la fiera y el niño, le da al lector la sensación de contemplar una especie de retablo, en el cual la composición de las distintas partes arma la historia que se cuenta. Este microrrelato trabaja también la enumeración de elementos y sensaciones para componer los ambientes y los personajes. 



SAMSARA 


Soy un ñu. Me persiguen, incansables, las hienas. Siento el primer mordisco y los ataques sucesivos. Mientras me están comiendo vivo y se acercan ya buitres y carabús, en el instante exacto de la muerte, me deslizo inexplicablemente dentro del cuerpo de una india tolteca que va a ser inmolada en el altar de los sacrificios. Muero y vuelvo a revivir en las formas de un condenado ante un pelotón centroeuropeo de fusilamiento. Esta es una situación, huelga decirlo, deprimente. Una vez pasada la ilusión de la novedad, el ciclo de las reencarnaciones -arbitrarias, maliciosas, extemporáneas- se convierte en un estigma insoportable. Abismado en este perpetuo vórtice, apenas he conocido el esparcimiento. Fui, sin ir más lejos, peón en las Pirámides, en la Gran Muralla, en Machupichu y en la Basílica de san Pedro. No es gratuito afirmar que, a estas alturas, mi conciencia y mis miembros se hallan en un estado de escarnecimiento y extenuación indecibles. Ahora, aquí, en esta taberna turística ecuatorial, arrojo mis mudas zozobras justo sobre vuestras cabezas: soy ese cocodrilo que cuelga del techo y os mira.

M. C. Escher "Reptiles"


EL DEMONIO DE BENGALA 


El circo llegó a la ciudad. Era domingo. Vi a un niño, con ropita nueva y un copo de azúcar hilado, correr solo entre el alboroto y los entoldados hacia la jaula de las Fieras. Sentí una cierta inquietud. Pecoso, de cara redonda, sus ojos ardían en busca de maravillas. Demasiado inocente para juzgar. Para reconocer el pelaje rayado del terror. Para saber que no debía aferrar los barrotes con sus dedos pequeños y rosados. Para saber que nadie puede quebrantar la voluntad de la Bestia. Sus únicos e indelebles vínculos. Calor, frío, sed, hambre. Hambre. Todo sería igual aunque el estremecimiento del hambre no abrasara mis vísceras, no dilatara de amarillo mineral mis ojos, no hiciera restallar mi lengua, no erizara de rugidos mis rojas fauces. Era domingo. Cielo azul. La paja de la jaula susurraba bajo mis patas. El niño de cara redonda me sonreía dócilmente. Sonreía a la Bestia, al Demonio de Bengala tan temido en remotas regiones, sonreía al limpio y casi invisible floreo de mi zarpazo. 


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